domingo, 3 de septiembre de 2017

El relámpago de nuestra amistad

Era vida, andar por la calle sin vociferar en las dudas de llegar a casa y no saber si te siguen queriendo como la mañana anterior, porque no era necesario estar en casa, en la plaza, en cualquier avenida o aún así si te encuentras perdido, podía cerrar los ojos sin temer a su ausencia al abrirlos y correr como si el viento me llevase; como si nadie fuera detrás de , pero confiando en que él seguía cada uno de mis pasos. Desde la infancia he sabido que no fluyen en mi muchas palabras, al menos no es mi voz la que explote en sonidos de increíbles historias que todos gustan oír, más sin embargo él se sentaba a escuchar mi silencio y cuando menos lo imaginaba, sin darnos cuenta estábamos inundados de tormentas y relámpagos que arrastraban nuestras vidas, nuestros sueños y aquello de lo que odiábamos el tan solo hecho de recordar, lo coloreábamos de experiencias, unidos en una sola melodía… Sonrisas. Risas, tantas que recuerdo mi mirada borrosa, llenas de lágrimas y aquel dolor en un costado del estómago que solo te advertía no poder parar de reír, y era cierto, yo no soy de muchas palabras, pero él si era de quienes te invadían el alma, y cuando te das cuenta estás hablando de aquella cicatriz que llevas en la rodilla, o aquel tatuaje que prometiste hacer en su nombre, terminas contándole todo aquello que te carcome el espíritu, aún cuando el ni siquiera te ha pedido una sola palabra. El podía hacer eso y mucho más. ¡Vaya! ¡Si que lo quería! Su amistad ha sido tan grande, que “amistad” se quedaba corto, él era parte de mí, de mi familia, de lo que era y lo que quería ser. Pero ¿Quién era yo para saber o adivinar lo que significaba para él? Nadie, simplemente nadie. Y así como acostumbra la gente, se fue, ya no estaba esperando mi llamado en cualquier lugar, ya no me exigía que le avisara en donde me encontraba, ya no se preocupaba, ya no me buscaba, ya no habían lágrimas por consecuencia de risas, sino, lágrimas de ausencia, ahora reinaba el silencio; ese que duele, sollozos por quien se va así como cuando no quieren que te des cuenta, tan lento como el atardecer que nos hace ignorar en que momento llegó la noche, pero querido amigo, tratabas con alguien a quien no le importaría contar estrellas, y más aún a quien le importabas. Podías irte lo más lento que quisieras, pero dime ¿Cómo no darme cuenta que tu lugar estaba vacío? O quizá era mi corazón. Pero es que ¡Qué maldita costumbre la mía de aferrarme a estas cosas! 
Pero era la vida, y lo sigue siendo, quien le abre la puerta a quienes no me apetece, y una vez adentro les abre todas las ventanas por donde puedan escapar. Eso hace, en el momento en que sabe que ya estas marcado, que no podrás olvidar. Continúas, porque en algún lugar eso fue lo que él hizo, continuar… Solo, que olvidó llevarme.

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